Antes de negar los hechos en los que se basaba Kardec (o antes de dejarnos influir por él), conviene hacer algunas aclaraciones. Y es que en realidad existen fuerzas naturales o propiedades de las cosas que hacen que unas influyan en otras. Veamos qué es el magnetismo y el hipnotismo.
Con el nombre de magnetismo se comprende el conjunto de influjos, semejantes a los que produce la electricidad, que se dan entre los cuerpos: la atracción entre los planetas, la fuerza del imán sobre el hierro, etc. En este sentido, algunos minerales, cuando son aplicados al cuerpo de los animales o de los hombres, producen efectos o alteraciones en los nervios, en la circulación de la sangre, etc. No son simples talismanes, sino que ejercen un influjo físico, que puede ser utilizado para curar. También se pueden curar enfermedades aplicando electricidad (electroterapia).
Algo semejante sucede con la circulación de la sangre en el hombre, el flujo del sistema nervioso y el desprendimiento de calor del cuerpo humano: producen efectos. El tema no está estudiado del todo, pero que existe un fluido en la persona humana, una energía, radiación o como se quiera llamar, es una realidad. Por eso los zahoríes, llevando dos varas en sus manos pueden captar "corrientes" de algo que fluye, ya sea un río subterráneo ya sea de un cable con tensión que está enterrado. Una corriente influye en la otra. De hecho, se han hecho fotografías de personas donde aparece como un halo de luz alrededor.
Por eso, no tiene nada de extraño que varias personas, poniendo las palmas de sus manos sobre una mesa, ésta se eleve como atraída por un imán y se mueva; o que acercando un dedo a un objeto, éste se aleje, como también se adhiere un trozo de papel a la lana que se ha frotado.
Por su parte, el hipnotismo es un estado de sueño provocado artificialmente por una excitación uniforme de los sentidos o, la mayoría de las veces, por la sugestión, el cual presenta una serie de fenómenos extraños como alucinaciones (se ven cosas extrañas), suspensión de los sentidos, fuerte dependencia psíquica del hipnotizador, cambios corporales, etc. La explicación está en la excitación de determinados centros nerviosos del cerebro, y la fuerza prodigiosa de la fantasía, la cual priva de su normal libertad a la vida psíquica con la sugestión (o la autosugestión) e impone a la persona determinadas actividades.
La hipnosis puede ser utilizada, con cuidado, en la medicina para fines terapéuticos. Desde el punto de vista religioso sólo se le pone reparos si se usa con fines supersticiosos, o por el debilitamiento de la salud o los fines inmorales que se puedan pretender.
El magnetismo y el hipnotismo son fenómenos naturales estudiados relativamente desde hace poco tiempo. Pero sería un error garrafal decir que esos efectos son producidos por seres de ultratumba. Sin embargo, el hecho ha sido que en muchos pueblos a lo largo de la historia se atribuían esos fenómenos a fuerzas divinas, se tendía a la superstición de que ahí había algo sagrado al no saber dar explicación de causa-efecto. En el pueblo judío y en el cristianismo esto no se ha dado generalmente, pues al creer en Dios y en su providencia, cuando se producía un hecho inexplicable, el razonamiento era y es: «Dios sabrá por qué sucede» y «quizá se entienda más adelante», pero en ningún caso lo atribuían a seres desconocidos.
El cristianismo ha tenido que combatir desde su inicio esta concepción de atribuir los sucesos inexplicables a «fuerzas ocultas o superiores», al poder de las brujas, y sobre todo a la invocación del diablo. En los pueblos que no creían en el Dios verdadero era común temer al espíritu del mal, lo cual llevaba con frecuencia a no querer estar enemistados con él, a tenerle a favor (a través del hechicero), incluso a servirle ofreciéndole sacrificios. En la medida en que el cristianismo iba impregnando la sociedad, esas prácticas iban desapareciendo, pues las personas tenían esperanza en un Dios que es Señor y Padre, y que el diablo está sometido a Él. Pero aún queda esta creencia en pueblos atrasados culturalmente.
Contrariamente a lo que muchos suponen, los cristianos creemos en muchas menos cosas de las que creen los que afirman no creer en nada. El problema se agudiza cuando algunas personas espabiladas aprovechan la credulidad de los demás para sacar partido de ello. Nos encontramos con que, en el mundo del ocultismo, algunos (quizá porque ellos mismos estaban convencidos) se han aprovechado para hacer creer a otros que se trataba de «fuerzas ocultas» o de medios por los que nos querían hablar desde el más allá.
Dos son los tipos de personas credulonas: la gente sencilla e ignorante, y la gente cultivada pero que se niega a creer lo que Dios enseña a través de su Iglesia. Éstos, pensando que son más listos que la Iglesia, creen haber encontrado otra explicación. Por un lado son racionalistas (pues no están dispuestos a creer lo que no se ve ni en los milagros) y por otra creen a pies juntillas la astrología o lo que dice un libro o un personaje que afirma cosas ocultas. Curiosamente, las prácticas ocultistas y la invocación al diablo en los países tradicionalmente cristianos se produjo en la medida en que se trataba de arrancar el cristianismo. En este sentido, hay estudios sobre la relación del ocultismo y los personajes de la Ilustración francesa, la Masonería, los Carbonarios, etc. (Cfr. Rino Cammilleri, Los monstruos de la Razón)
En el caso de las sesiones de espiritismo, el movimiento del vaso o los golpes que da en el suelo la pata de una mesa son interpretados como que «alguien del más allá nos dice algo». Si el vaso va a un lugar o a una letra y luego a otra deducen un mensaje; si la mesa produce un golpe es sí, si son dos es no, y así «los espíritus» van respondiendo a las preguntas.
Pero hay que decir que, si se producen esos hechos físicos, explicables naturalmente, el darles un significado (y que ellos atribuyen a los muertos) eso sí que es una creencia no comprobada. Es decir, si el espiritismo (que los espíritus nos hablan) se demuestra por unos códigos de comunicación (los golpes de la mesa, por ejemplo), y estos códigos los han creado o los interpretan los espiritistas, toda la creencia radica en fiarse de quien ideó el sistema.
Por ejemplo, si a cada cara de un dado se le da un significado y se echa el dado varias veces, según caiga, el dado «dirá» unas cosas u otras. Está claro que no depende del dado, sino del código que se ha admitido con anterioridad. De manera semejante sucede con la astrología: cuando se ha admitido que cada vez que Marte, Júpiter y la Luna estén en triángulo significa tal cosa (es decir, cuando se ha admitido que los astros me hablan), cada vez que eso suceda «creeré» que es así. Pero, ¿quién ha establecido ese lenguaje y esos contenidos? Se dirá que es algo ancestral, y que fueron los espíritus quienes manifestaron el código por el que se iban a hacer inteligibles para nosotros...
¡Quién le iba a decir a Marte (que es una piedra que se mueve según el orden que Dios impuso), a un dado (que depende de la fuerza con que se lanza y del lugar donde cae) o a un vaso (que huye de un cuerpo cargado de electricidad) que iban a ser la voz de las estrellas y de más allá todavía! Lo que sucede es que a cualquier persona que ve moverse una mesa, o escuche palabras y no sabe dar su explicación, está dispuesta a creerse lo que se le dice.
Cuando Dios ha hablado a través de alguna persona, demostró que era Él quien hablaba haciendo milagros probados y diciendo profecías que se cumplían, pues sólo lo puede hacer Dios.
Los «milagros» que aportan los espiritistas para probar que son los espíritus quienes nos hablan son fenómenos curiosos, pero no milagrosos, pues se explican por la ciencia.