¿Por qué, si Dios es bueno, permite que exista el dolor? ¿Por qué personas inocentes tienen que pasar tales dolores? ¿Qué he hecho yo para sufrir esto? Son preguntas que piden una respuesta cuando se experimenta el aguijón del sufrimiento.
En primer lugar hemos de saber que las catástrofes de la naturaleza y las enfermedades de los hombres no las provoca Dios, sino que son debidas a la interconexión de las criaturas entre sí y sus circunstancias: si uno se sienta sobre un escorpión y le pica, si alguien tiene un cáncer, si un edificio se desploma sobre sus habitantes, todo eso es debido a la interrelación entre las criaturas. No se puede decir que Dios haya preparado las cosas para que sucediera un determinado mal, aunque Él sabe lo que sucede y lo permite. El mal físico no repugna a la Providencia porque Dios provee ordenadamente al bien universal, que a veces exige el sacrificio del bien particular. Y lo que a nosotros, desde nuestro pequeño punto de vista, puede parecernos como un mal, en realidad no lo sea si se considera el orden del mundo.
En segundo lugar hay que decir que muchos males que sufre la naturaleza y que padecen los hombres son causados directamente por los hombres, porque se dejan llevar por el egoísmo, la sensualidad, la ira, etc. Dios ha dado la libertad a los hombres, que pueden abusar de ella, perjudicándose a sí mismos y a los demás. Por eso hay actualmente hambre en el mundo, muchas enfermedades corporales y psicológicas, tantos accidentes de tráfico, robos, homicidios, etcétera.
Cuando el sufrimiento es consecuencia directa del pecado, parece que nuestra inteligencia encuentra su explicación: «el que ha hecho algo malo, debe pagarlo». Sin embargo, cuando el dolor no es consecuencia de la propia culpa, algo dentro de nosotros se rebela preguntándose: «¿Por qué tiene que padecer quien nada malo ha hecho? ¿Por qué sufre el inocente si el hombre siente el deseo íntimo de ser feliz? Quienes no tienen fe, quienes no están dispuestos a reconocer a Dios como Creador y Señor del mundo, ven incluso en el sufrimiento el motivo para renegar de El. Y es que el dolor y la muerte revelan la incapacidad del hombre por sí mismo para ser feliz. La vida sin Dios no tiene sentido. Todos somos como minusválidos que necesitamos de Dios (sobre todo después del pecado original).
Por eso también, el dolor ha sido precisamente el punto de partida de muchos para encontrar a Dios. Y es que hemos de reconocer la verdad sobre el hombre: que es una criatura puesta por Dios en el mundo, creada para ser feliz, pero que el pecado trastocó el orden previsto por el Creador. Dios no ha hecho el dolor ni la muerte (cfr. Sb 1, 13); todos los males que los hombres padecemos son, en definitiva, efectos del pecado. Si no hubiera habido pecado en el mundo, los males físicos -terremotos, inundaciones, enfermedades- no hubieran afectado a los hombres, que hubiéramos estado inmunes al dolor y la muerte. Este era un don preternatural -no exigible por la naturaleza humana- que Dios concedió a nuestros primeros padres para ellos y todos sus descendientes. Debido a la íntima solidaridad que existe entre los hombres, ese don se perdió para todos por el pecado original.
El pecado es un misterio de iniquidad y de muerte. El sufrimiento es como la otra cara de la moneda: un misterio de vida. Y así como hay una profunda relación entre los hombres en el pecado (por eso, por ejemplo, todos nacemos con el pecado original), también hay una íntima solidaridad en la reparación. Son muchos los pecados que se cometen en el mundo y, a la vez, es mucho el sufrimiento humano. Quien se pregunte el porqué del dolor humano tiene que preguntarse también el porqué del pecado, por qué el hombre sigue haciendo el mal. No es fácil hacerse cargo de la tremenda malicia que encierra el pecado y el gran perjuicio que causa. Por eso tampoco es fácil entender por qué el sufrimiento es la medicina que lleva en sí la reparación, la liberación del hombre, la vida.
Jesucristo quiso satisfacer a Dios Padre por los pecados de los hombres precisamente a través del sufrimiento. ¿No había otro medio menos cruel?
Dios Padre podía haber establecido que los hombres hubiéramos sido redimidos del pecado de muchas maneras, pero quiso que su Hijo sufriera la Pasión y muerte en la Cruz como el modo mejor para mostrarnos la malicia del pecado y señalarnos claramente el camino para reordenar cada uno su ser -cuerpo y alma- hacia el fin donde debe orientarse, que es Dios. Si Jesucristo escogió el sufrimiento no es porque el dolor será en sí mismo un bien: por su naturaleza el dolor es un mal, y Jesús demostró en Getsemaní que le repugnaba sufrir. Sin embargo, sabiendo lo que iba a suceder y pudiendo haberlo evitado, no lo evitó, sino que fue al encuentro con la cruz.
Podía no haber ido a Jerusalén a pasar la Pascua y alejarse del peligro, pero no lo hizo, sino que subió hacia allí con paso decidido, diciendo a sus discípulos: «Mirad, subimos a Jerusalén, y se va a cumplir todo lo que está escrito por los profetas que ha de sufrir el Hijo del Hombre: pues será entregado a los gentiles y se burlarán de él y lo injuriarán y le escupirán, y después de azotarlo, lo matarán, y al tercer día resucitará» (Lc 18, 31-33). Después de la última cena se fue al Huerto de los Olivos, lugar que conocía Judas. ¿Por qué fue allí? Cuando le detienen no quiere que le defiendan: «Dijo a Pedro: Mete la espada en la vaina; el cáliz que el Padre me ha dado, ¿no voy a beberlo?» (Jn 18, 11). Podía haber enviado doce legiones de ángeles, podía haber insistido a Pilato sobre el argumento de la mujer de éste que indicaba soltar a Jesús... Jesús podía haber hecho muchas cosas para no sufrir, pero no las hizo. Fue voluntariamente a la cruz porque el sufrimiento ofrecido a Dios Padre tiene un valor redentor. Porque la cruz, que humanamente era el árbol de la muerte, era en realidad el árbol de la vida.
Nuestro Señor Jesucristo era inocente, no había hecho nada malo por lo que tuviera que pagar como castigo. Sin embargo, cargó con los pecados de la humanidad. Por su sufrimiento hemos sido salvados. Sin la fe la Cruz es locura, es un sinsentido. Con la fe, en cambio, se descubre que hay otra vida, la vida sobrenatural, que no se logra sino por medio del sacrificio. Y quien participa de la Cruz de Cristo, aunque de inmediato vea el sufrimiento como un mal, descubre su sentido redentor, porque Dios saca del dolor la medicina que cura, y de la muerte saca la vida.