De la vida en el dolor
Jesús Martínez García - Zaragoza 2004

Índice









Libro: De la vida en el dolor
I. De la vida

Jesús Martínez García
Zaragoza, 2004

Lo inefable

Alguien moduló en mí su palabra,
resonancia lejana, onda, eco
que retorna, profeta.
Doliente
porque alguien la escuchara,
gritando para abrirse en su misterio.
Ha llegado a mí y no reposa,
se mueve ancha, viva, creciente.

Dulce se desvela el sortilegio
que aroma el mar,
que embruja el fuego.
Fascina mis ojos de nieve,
los planta vertical hacia el cielo.
De repente
la palabra significa
biseles trascendentes de lo eterno.

No puedo dejar de clamar. Si no
desbordo, me agrieto
como aljibe a presión de la dicha,
como estanque que rompe a llorar
su alegría interior compartiendo.

No puedo dejar de cantar, me alivia
que el aire me entienda,
que repiquen los ríos
y el arpa del sauce avente
al mundo sus trinos conmigo.

No puedo dejar de gritar, y no puedo
decir lo que siento.

No me alcanza la voz, como mudo
que ve con horror, como ciego
que encuentra el color, como pobre
que deviene rico, como muerto
que volviera a ser vivo, no acierto.

Tú me comprendes, poeta,
eres madre que sufre y que goza
lo inefable que te habita dentro.








Libro: De la vida en el dolor
I. De la vida

Jesús Martínez García
Zaragoza, 2004

Donde la vida empieza

Nos cuesta tanto nacer,
hacemos tanto sufrir,
nos duele tanto amar,
y tener que despedir...
Es la vida.

¿Por qué, Señor,
hay que romper,
llorar,
para nacer,
para amar,
para crecer,
quedar el corazón en carne viva
para ver?

Es ley de vida el amor
con el dolor entrelazado,
y así traemos la alegría.

Oh Dios del fuego,
del amor-dolor,
de la vida,
despiertas con tu luz
al hombre ensimismado
en sus cortezas,
y en calor
aprende a vivir en la nobleza.

Sufrir porque se nace
a esta vida,
sufrir donde el amor
nace a otra vida.
Bendito sea el dolor
donde la vida empieza.








Libro: De la vida en el dolor
I. De la vida

Jesús Martínez García
Zaragoza, 2004

Poesía

Se ve o no se ve. Se sabe
en un instante lleno, fugaz, emocionado.
La rosa, el perro, ese paisaje...
Les basta con ser
y a la mirada comprender
en la distancia a su Amo.

¡Qué sencilla la fe de los caminos!

Sólo el hombre precisa explicaciones,
como un poema cuando es malo.
Yo las oigo cada noche tras el muro
de la radio empecinada.
El bosque, por el contrario,
no hace ruido al crecer
en su belleza el misterio.

La paz dormida en la inocencia.,
las manos calladas de la nieve
que arropan cada ser.

No me digas nada, Amor,
mírame, sólo mírame.
¿Comprendes
que no te diga más
que poesía?

Aunque no te vea, Dios, te sé
en todas esas cosas y en silencio
no pretendo explicarte.








Libro: De la vida en el dolor
I. De la vida

Jesús Martínez García
Zaragoza, 2004

¿Por qué será, Señor?

      ¿Por qué no te escucho
                         cuando pasas, Nazareno?
      ¿Será por el gentío de las prisas,
                         será que no recuerdo?
      ¿Será porque me miras
                         y no quiero?

      ¿Por qué no quiero verte, Señor,
                         en los enfermos?
      ¿Será que he de morir
                         y me da miedo?
      ¿Será que es un presagio
                         en que te siento?

      ¿Por qué será que, cuando miro,
                         me pongo a llorar en el espejo?
      ¿Será porque no soy
                         la imagen que deseo?
      ¿Será porque las lágrimas
                         son la lente en que te veo?

      ¿Por qué te ansío tanto, Señor?
      ¿Será porque eres vida?
      ¿Por qué me dueles tanto?
      ¿Será porque te quiero?
      ¿Por qué me quieres tanto?
      ¿Será que soy tu vida?








Libro: De la vida en el dolor
I. De la vida

Jesús Martínez García
Zaragoza, 2004

Oración de la noche

Porque hiciste para mí estos colores
y el regalo que es la luz
de tu presencia.
Porque si ha pasado un santo,
un amor, algo de ti
siempre se queda.
Porque hiciste cristal mi corazón
que en amor y luz
yo te sintiera,
te doy las gracias, Dios,
en la herida que no duerme,
mi conciencia.








Libro: De la vida en el dolor
I. De la vida

Jesús Martínez García
Zaragoza, 2004

La llave

Por el ojo de una cerradura
entramos como luz en este mundo,
tan tenue es el misterio, tan profundo.
Parpadeo de sol, la estancia oscura.

Con Dios, sin Dios, vivir siempre es locura.
Naciendo en cada instante tan fecundo,
volviendo hacia Él, hasta el segundo
que hay que retornar por la angostura.

Oh Dios, Amor, la llave del sentido.
Contigo cada hoy se hace mañana.
Morir es renacer en tu ventana.

Qué pena quien la llave haya perdido,
buscando en la tristeza de la vida
y no encontrar la puerta de salida.








Libro: De la vida en el dolor
I. De la vida

Jesús Martínez García
Zaragoza, 2004

Por amor

Por amor tenía que ser que dejaras tu cielo,
vestido de ojos saltaras la noche,
arriesgando, te vieran. Los perros
ataron tus manos cautivas en pena de tiempo.
De mirarme cometiste el delito,
pisaste mi suelo.
Te encerraron en cárcel de amor a lo lento.

Sin palabras tenía que ser, como aguanta el olivo
a destajo las horas de calor y de frío.
Como madre que vela en la noche
escondida
el alma inmóvil y blanca,
inconsciente del niño.
Sin palabras tenía que ser tu mirada en visillo,
cereal silencio de campo mecido.

Tenía que ser por amor para que yo te creyera
y fuera al penal donde cumples condena.
Solidario
te digo la angustia que mis tardes acuestan,
sentir que soy sólo un reloj que da vueltas.
Sin verte te hablo detrás de la puerta,
emulando un autista sentado al sol de la ausencia.

Tenía que ser sin palabras que yo te entendiera.
Y en silencio este día
en tu mano he sabido qué es vivir más allá
de mi monotonía.
Por amor tenía que ser.
Por amor, como tú,
Eucaristía.








Libro: De la vida en el dolor
I. De la vida

Jesús Martínez García
Zaragoza, 2004

Déjame permanecer

Donde la vida acaba
de decirse en la palabra,
donde las letras vuelan
en el vaho de los instantes,
allí llora, se lamenta
la fugacidad del alma.

Quisiera ser para Dios
poeta de agua que aflora
brillos azules y hondos
en la prosa de las horas.
Un verso será mi día,
un año será un poema,
un poemario mi vida,
lágrimas, amor y sueños
para que Tú los leyeras.

Mas qué difícil vivir,
nacer en los versos alma,
rosas que a tu Alma muevan,
fuego de la poesía,
calor de luz verdadera.

Preguntaré a la hermosura
cómo se llama su Autor
para pedir los derechos
de mirar las criaturas
y sentir la inspiración
por la que el místico sabe
escribir obra indeleble
que pervive por ser arte.

Divino arte fluyendo
mientras mis versos vivía
y que fuera el corazón...
Tuyo, alma del poema,
en la oración de mis días.

Y si al final este agua
al decirse no supiera.
Y si al final esa estrella
temblara su voz de frío.
Si no acertara a rezar
cuánto te quería..., lee
mi exclusiva ilusión,
universo de Cariño;
quede para siempre impreso
en tu Alma, como un beso,
este corazón de niño.








Libro: De la vida en el dolor
I. De la vida

Jesús Martínez García
Zaragoza, 2004

La sombra

La sombra del dolor nos acompaña
día a día. Nos sigue quedamente,
la tememos. Mas sólo cuando alcanza
a llamar en los nervios de la puerta
nos hace recordar a nuestra alma.

Entonces en la noche los contornos
perfilan lo que somos y seremos.
Es esa soledad el horizonte
donde el hombre se toca en los cimientos
y vuelve a respirar de Dios aliento.

Cuando sólo el Aire infinito
y el alma no me quepa ya en el cuerpo
me llevará el amor hacia la Luz.
Aquí se perderá ya sin remedio
la sombra, donde supe yo el Misterio.








Libro: De la vida en el dolor
I. De la vida

Jesús Martínez García
Zaragoza, 2004

El testamento

Cuando ya los días se descuentan
desahuciados,
y presiento que esta vez no te veré,
en el andén del tiempo me despido,
mi Dios, con un amén.

Como ciego en la noche me has querido,
oculto lazarillo. Me has llevado
en toques de tus dedos. Amado
en cada instante, en tu mirada.
Mas no te pude ver.

He de decir que sólo existen
las horas que estuviste a mi lado.
De la mano de tu voz leí tus obras,
he sentido
la emoción profunda del rapsoda
en esta pausa de años que me has dado.

He de decir que hallarte ha sido
la poesía del silencio,
eterna contemplación contigo.

He de decir al mundo, mi Dios,
callado alimento de la vida,
que tu amor es en la noche
-como crece la raíz-
abrazado fuertemente a tus designios.

Sólo me queda oración entre mis manos
que elevo con el arpa del trabajo.
Estos versos.

Y decir lo que no supe.
Y el miedo
de que al irme olvide las palabras,
se borren mis recuerdos y tus dedos.
Soy hombre y no sé amar de otra manera.

He de decirte, al fin, mi anhelo:
volver a saberme en tu mirada,
y que esta vez, Amor, sea sin velo.








Libro: De la vida en el dolor
II. En el dolor

Jesús Martínez García
Zaragoza, 2004

Villancico

Cuando llegues esta noche
Niño de cuna inmortal
déjame en tu nueva cuna
un regalo celestial.

¿Cómo sabremos la gente
cuándo aparece un niño?
Nace una estrella, un guiño
en la noche de repente.
Pues que brilla por oriente
y ésa era la señal:
Cuando llegues esta noche...

Cuánto te esperaba, ¡cuánto!,
me fue creciendo el deseo.
Abro tu regalo y veo
que yo no esperaba tanto,
pues yace Dios bajo el manto
de una carne de cristal.
Cuando llegues esta noche...

Quisiera ser una flor
en tus mejillas divinas.
Perdona si tengo espinas,
pues las arranco en dolor,
recibe ya sin temor
este beso vegetal.
Cuando llegues esta noche...

Si vas a romper cadena
cuando vueles en la cruz;
Paloma, manos de luz,
desciende sobre mi arena,
bendíceme esta pena
y libérame del mal.
Cuando llegues esta noche...








Libro: De la vida en el dolor
II. En el dolor

Jesús Martínez García
Zaragoza, 2004

Eclipse

Cómo muerde tu carne y te desviste
esa procaz mirada del flagelo,
araña tu humanidad y el velo
de belleza trascendente. Qué triste

cae el granizo del odio que embiste
tus espaldas, tu sonrisa, tu pelo.
Difícil encontrarte como cielo,
eres la sombra de la luz que fuiste.

Porque en eclipse puedo ver, te miro.
Qué pena tan honda tu honda pena,
qué tormenta de lágrimas y dudas.

Mas sé que aún en tortura no te mudas.
Escondido tras pudorosa almena
a contraluz de fe tu Ser respiro.








Libro: De la vida en el dolor
II. En el dolor

Jesús Martínez García
Zaragoza, 2004

Hasta el extremo

Has llegado abierto en la largueza,
como inmensa sonrisa, como un puente
que revela en abrazo confidente
dimensiones divinas de terneza.

Eres mano tendida a la pobreza
que se quiere estrechar tanto a la gente...;
pon medida, no sientas crudamente
la herida de su actual naturaleza.

Desnudado tu amor en la inocencia
compruebas entre clavos de amargura
que el hombre no es tan fácil de abrazar.

Ay, loco, vulnerado; y mi conciencia
reconoce en tu extremo de locura
la medida divina del amar.








Libro: De la vida en el dolor
II. En el dolor

Jesús Martínez García
Zaragoza, 2004

Brazos abiertos

Tres clavos certifican con firmeza
que es un hombre perfecto claramente:
de mano a mano mide exactamente
lo mismo que de pies a la cabeza.

Sólo el amor, que horada con destreza,
descubre en el divino penitente
cosidos en sus manos y en su mente
los nombres de enemigos por quien reza.

Qué esfuerzo por subir hasta la altura,
a pulso de su amor, a esos nombres
egoístas, cerrados, fríos, yertos.

Y arriba, en horizonte de ternura,
demuestra la estatura de los hombres
que miden lo que estén brazos abiertos.








Libro: De la vida en el dolor
II. En el dolor

Jesús Martínez García
Zaragoza, 2004

A veces no queremos preguntarte

¿Existes, Dios, si el hombre lastimero?
el mundo del dolor te lo pregunta.
Si subes a sufrirlo Tú primero
en gesto la respuesta se barrunta.

A veces causas miedo, montañero,
cuando dices volar allá en la punta,
da vértigo asomarse en tu madero,
no sea que ajimez de yugo en yunta.

Tememos preguntarte en la conciencia
(¿contigo en la pobreza y la obediencia?),
mas no cesa tu voz de gritar dentro

porque es desde la cruz, desde la cumbre
de la fe, ¡del amor!, donde vislumbre
el hombre a su Dios como un encuentro.








Libro: De la vida en el dolor
II. En el dolor

Jesús Martínez García
Zaragoza, 2004

Insignificante

Qué pronto se ha secado este hombre.
Tres años, tres horas,... (¿Qué hora es?)

Es lento el invierno en la meseta
y ese árbol lejano, desnudamente solo.
El frío está leyendo en sus manos
su buenaventura.

Una pasa es lo que cuelga de la rama;
ya no le queda vino,
ni milagro,
ni agua,
ni sed en sus heridas,
ni ramos de amigos. Las hojas
secas ya se vuelan.

Hoy una mesa vertical convoca
la ausencia en la mirada,
tres clavos,
un pan amoratado
y un cuchillo
ladrón que hurga por el pecho.
Allí estaban los pájaros dormidos...

Es noche
el alma del dolor agnóstico.
Alto el silencio de la muerte
inexplicable...

(¿Ves algo?... Nos vamos).








Libro: De la vida en el dolor
II. En el dolor

Jesús Martínez García
Zaragoza, 2004

Las alas de las piedras

Clavadas como cruces en la cima
las piedras que no saben se preguntan
qué hacen esperando tanto tiempo
al frío y al calor, en la tortura.

En lo alto, las piedras tiene alas,
sobrevuelan, se asoman, rozan. Son
molinos del silencio a la escucha
capaces de entender en el rigor
la mirada de amor que traza el aire,
las sombras que se mueven por su suelo.

Hay una piedra blanca en la amargura.
De cruz a cruz se mira. En lo hondo,
una sima le pasa a otra sima
mensajes confidentes en dolor.
Oh cruz blanca, oh nieve de la altura,
comienzas a filtrarte en andadura,
remueves los estratos más profundos
brillando los cristales soterrados.

Los ojos del dolor les han abierto
horizontes al alma de las rocas
que, rotas en amor, se arrodillaron
y ahora bartimeas ven la aurora.

En el acantilado de la cruz
las piedras lo han sabido, y están
esperando a irse con las nubes.








Libro: De la vida en el dolor
II. En el dolor

Jesús Martínez García
Zaragoza, 2004

Mater fidelis

Finado el funeral y los amigos
perdidos por el tiempo, mi agonía
permaneció mirando. Te sabía
en coma reversible algún siglo.
Junto a tu amada tumba no olvido.
Pañales son memoria amarilla
que envuelven de triste melancolía
las noches que, de pie, sueño al frío.

Sin ti, todo ha quedado quieto, inerme.
Las cosas no se atreven a moverse,
a romper el misterio de tu ausencia.
Pero en silencio oscuro, adormilado,
se apagan los colores del recuerdo.
Lentamente el paisaje se ha marchado.

Ya sólo permanezco yo en invierno.
Desnudas, mis razones me lo dicen:
el triunfo de la muerte es la nada.
Levanto el pensamiento, se congela.
En esta soledad tan vertical
me moriré de estar, vigía ciega.

Al fin, iluminando, se llegaron
como un fuego que corre en alborada.
Sola en la calle, sin fe te esperaba
inamovible. Y allí me encontraron
tus ojos, en tu primera mirada.

(Reanimados los pulsos de las piedras
tornaron las constantes al reloj.
Volvieron a nacer los verdes trinos,
a oírse azules movimientos
en labios de los ríos, las orillas
de las cuevas cantaban oraciones...)








Libro: De la vida en el dolor
III. En estas plagas

Jesús Martínez García
Zaragoza, 2004

Cruz blanca, cruz guerra

Cruz blanca, pureza.
Sangre, la mancha.
Cruz roja, la cura.
Cruz verde, daltónica
esperanza.

Cruz negra, la guerra.
Rencor, la lanza
profunda
que hiere
del mármol el alma.

Aflora en la veta
roja del ojo
el dolor.
Sufre quien mancha
y la inocencia blanca.

Lágrima mira
la herida del ojo daltónico.
Si verde
renace esperanza.
Compasión.

Bandera roja
madre y esposa
lava con sangre
el negro.
Perdón.

Cruz roja
torna enfermera
cruz blanca
en dolor.
Purificación.

Nadie la quiere.
Cruz negra
llora y no sabe.
Que alguien lava
tantas cosas con ella.

Cruz, ¿por qué llueve cruz?
El pecado.
Algunas cosas
sólo se ven después
de haber llorado.








Libro: De la vida en el dolor
III. En estas plagas

Jesús Martínez García
Zaragoza, 2004

Por los dolores del hambre

El alfanje de la luna
taja la tierra en mitades:
un occidente de luz
soñando comer en Marte,
y una noche que no duerme
por los dolores del hambre.

A un niño le mira un toro
cada pitón por delante,
media luna lo separa
que venga el sol y lo salve.

Ojos desnudos, preñados
de limosna interrogante,
salientes como unas manos,
doblados como un alambre
miran hacia el sol poniente
el maná que los levante.
Bailadas flores de luz
a punto de marchitarse.

Una sonrisa relincha
en dolor negro azabache,
le crujen dentro los huesos
que vuelan en piel sin carne.
Y en la tripa del otero
el hierro se hace un agarre.
Sujeta los intestinos
razonamientos que parten
el alma, el cuerpo, el hoy;
quizá mañana no valen,
quizá mañana no duelan,
quizá su cuerpo de ángel.

Y el cuerno de la abundancia
nada su vela al donaire,
henchido va a barlovento
bebiendo besos de mares.
¡Qué solo se come el viento!
hasta doler que no falte
y no acabar de morir,
que sólo se muere de hambre.

Es una espada occidente
si los párpados cerrase.
Si no mira, si no oye,
si cree que es una imagen,
espejismo del desierto
sin voz, sin ojos, sin parte.
Qué cuerno sonara alto:
¡que sólo de amor se nace!

Cornadas y más cornadas
en el vientre de la tarde.
Calientes caen los caballos,
calientes se van los ayes
del albero hacia el azul
en las andas de los aires.

No supo la luna el nombre
acaso se llamó Nadie.
Su madre dijo al silencio
su vocación: recordarle.
El viento y la arena fueron
los pocos en enterrarle.

¡Qué solo se pone el sol!
¡Qué sola se muere el hambre!

Y tú, Dios, testigo mudo
llorando en los ventanales.








Libro: De la vida en el dolor
III. En estas plagas

Jesús Martínez García
Zaragoza, 2004

Pesadilla

Tú no puedes imponer a los demás
una solución. Tienes que ofrecer
modalidades consumibles
para el humo de los días.
¡Sería tan fácil con Dios¡ pero entonces
¿qué tarea es el hombre?
Es fantástico soñar en el desorden.
Cada uno sabe encontrar, como en oficio,
en el desván de las ideas mil mentiras.
¡Es tan triste ir a bordo de una única verdad...!
Ni siquiera una ilusión. Qué aburrido
llegar al cielo del paladar de la existencia.
Sólo la paz se da en la acción inagotable
del hombre creador.
Que quiten el dolor preconcebido,
y la muerte y el ayer.
No hay ejes en el mundo, ni cimientos,
sólo el hombre y la mujer
con sus medidas.
¡Hágase!, luego existe,
creando especies, decidiendo
de dónde viene y dónde vive,
con sus ruidos opcionales.
Le bastan sus ojos de horizonte,
el dominio subjetivo.
Prefiere las montañas sin las cruces,
subir solo, donde él
es la cima de sí mismo.
Lo más desconocido del amor posible.
Que nadie diga qué ha de hacer
a su genio impredecible.
Locura de saberse cabalgando
sobre los huesos de los ángeles.

A veces me da miedo despertar
en un mundo soñado por el hombre
en la cama inestable de opiniones.
Con tanta poesía de lo incierto
y el amor
como hoja de un otoño ya en olvido.
Sin un corazón que lo asegure
en su silencio acogedor.
Y ver llorar las flores de la lluvia,
y a las rocas sufriendo al sol,
y oír el viento que trae los gemidos
de todo aquel dolor que fue ocultado
a nuestra infancia.

Hay una seriedad que nos invita
a respetar el sueño
de Dios en cada cosa,
y a la alegría
que sólo se sabe en sus caminos.








Libro: De la vida en el dolor
III. En estas plagas

Jesús Martínez García
Zaragoza, 2004

María Magdalena

Una sombra de voz, aquellos días
de mi infancia feliz, aún resuena
como agua subterránea y alacena
evocando escondidas alegrías.

De mujer a mujer, entre Marías:
mi madre sollozaba impenitente
mi error de adolescencia impertinente.
Madre, dolor, recuerdo, me decías:

Arriba del tacón y pedestal
tus ojos altaneros como agujas
acuchillan la noche, viejas brujas
que vuelan en miradas de metal.

En negro abandonaste mi portal
de inocencia, y en luna te dibujas
bebiendo del amor sólo burbujas
que congelan tu mueca tan letal.

Si algún día de luz, en que fatal
imaginas me rompo por la pena,
o caes en ceniza, Magdalena,
retorna ave Fénix al panal.


Y me llegó aquel lunes con su carta
de ritmos imposible de jugar;
en azul, a deshora del lugar,
la luna ya era restos de una tarta.

Inmensa vaciedad de novedades
yacía por el suelo sin colores,
perdida en la sima de dolores
huyeron mis amigos y verdades.

Al pie de la arrogancia, sin ninguna
alta expectativa que el fracaso,
yo, ceniza de luz, era un ocaso,
y frío el corazón como la luna.

¿Por qué llorar? ¿Acaso los difuntos
años, sin rastro, sin amor, sin dueño?
Ya no puedo dormir, se ha roto el sueño
de volar mis juguetes todos juntos.

De espaldas al amor, al hontanar,
un escalofrío abrazo, el viento
hizo vibrar blanco remordimiento
¿de mi madre, de Dios, o era el mar?

Sentí lo amargo de mi ser, la sal
al fondo de una lágrima gotita
que en años me trocó estalactita,
como mujer de Lot, frío cristal.

Basta con un segundo, una mirada:
si ser ave o prisionero inerme.
Soy estatua de sal por no volverme,
mas la sal se disuelve en la riada.

Oí mi nombre original, ¡María!
Me volví, recordando el océano.
Me ofrecía el sol sobre su mano
el perdón del amor. Amanecía.

En agua regresé a la luz del día.
Mi noche fugitiva ya se esconde.
¿Sola? ¿luna? Ya no recuerdo dónde,
que nado en el mar de la alegría.








Libro: De la vida en el dolor
III. En estas plagas

Jesús Martínez García
Zaragoza, 2004

Madrid 11 marzo 2004

La mañana despierta en el teléfono
preguntando por qué
se han parado los relojes y los trenes.
Nada. Nada y todo. La vida
verde, roja, amarilla, está flotando
como un plástico, negra.

Todavía en el aire está enredado
el chasquido de un ser indescifrable.
Aún el miedo,
tenso por las vías, paraliza.
Ni la hoja se menea cuando el lobo,
olfatea y siente
a Caín que la apalea.

Asomada al cáliz del terror
la humanidad queda en suspenso,
ingrávida,
infinita,
como pregunta interminable.
El alma en vilo duele
el frío de este mundo sin cristales.
Confusamente añora ...

Dios, ¿qué es el hombre para ti?
¿Un olvido?

¿Y ellos te lo preguntan?
Sienten un latido en el espejo.

Sin Ti, tu imagen es
un ángel dormido en el vagón,
inempezado.
Un salvaje
huérfano de cariño.
Un peregrino a quien el camino busca.