Querido Dios, mi Padre.
Aquí estoy, tan lejos
y tan cerca.
Tú ya sabes
que sé que no estoy solo,
aunque a veces
esta escuela del universo
tan llena
parece vacía sin tu voz.
No estoy solo.
Cada mañana
cuando sale el sol
me siento orgulloso de que seas Tú
quien da la luz y despierta
a cada cosa.
Te noto alto en las cimas,
profundo cuando se calla el eco,
inmenso al asomarme al mar.
Te siento alegre en las ramas,
en el huracán poderoso,
y cuando llueve...
se me escapa una lágrima
de no sé qué nostalgia
porque Tú no estás.
Me llegó bien el canario
otra vez en la ventana
de mi cumpleaños.
Sabes que me gusta verlo,
y a Ti verme gozar.
Lo sé. Y por eso lloro,
porque me quieres
a pesar de mis olvidos,
de mi niñez,
de todo,
me quieres.
Me traen recuerdos de Ti
cada año la nieve,
la Navidad.
De cuando aquí me dejaste
para que aprendiera a ser hombre.
Me da pena, al cambiar de año,
no haber llegado aún
a casa.
A veces, cuando me duermo
sé que en mi frente reposa
tu mano que ilumina todo,
y no tengo miedo
porque Tú me ves.
Te alegran mis notas,
mi esfuerzo,
entonces tu sonrisa
me contenta más.
Eres aliento de mi vida,
caricia en mi tez cansada,
fuerza que por mi sangre
recorre mi alegría.
¡Cómo se goza mi alma
de saberte cerca!
Soy tu presencia.
Y yo...
algunas noches me olvido de rezar.
Ya ves, se me acaba el papel.
Papá, me acuerdo mucho de Ti.
Lo demás te lo diré
cuando vuelva.
No me despido,
¿cómo te voy a dejar, Dios
de mi vida?
Un beso a mamá.